En muy escasos meses hemos pasado de decir que la Sanidad Pública en España era una de las mejores del mundo, a afirmar, con total seguridad y convicción, que se incorporaba a la parte final del pelotón de cola.
¿Qué misteriosas razones han podido llevar a que se produjera este cambio tan copernicano? ¿Qué ha sucedido para que pasemos, repentinamente, de una sanidad modelo a otra en la que se acumulan errores e incompetencias?
La aparición de la pandemia, que nos asola en la actualidad, ha servido para poner de manifiesto, de forma evidente e incontestable, que los permanentes recortes llevados a cabo por los diferentes gobiernos del PP a lo largo de las últimas décadas, están en el origen del enorme deterioro de nuestra Sanidad Pública y han sido llevados a cabo a través de un minucioso plan que permitió que los recursos, que en teoría estaban destinados a la Sanidad Pública, fueran trasvasados a la sanidad privada.
En la mayor parte de sus territorios, y antes de la aparición de la Covid-19, había ya unas listas de espera de más de 4 o 5 meses para una operación y de más de un mes para pruebas diagnósticas.
Parece evidente que, con semejantes datos, es difícil hablar de Sanidad Pública modélica, sino más bien de un intento, plenamente consciente, de hacer desaparecer, progresivamente, la Sanidad Pública desviando -las funciones y el mayor dinero posible – a la sanidad privada, todo aquello que pudiera conducir a un rentable negocio.
Con motivo de la crisis económica de 2009 el Gobierno decidió que se rescataran los bancos y toda la sociedad tuvo que aceptar poner miles de millones de euros, con la teórica garantía de que retornarían al pueblo español, cosa que, evidentemente, nunca sucedió.
La co-gobernanza entre el Gobierno Central y el de las autonomías (las desescaladas y las pandemias pueden, en función del tiempo y de sus comportamientos, referirse a diferentes olas), no se tradujo en ninguna mejora reseñable, siendo en cambio fundamental para llevar a cabo una desescalada de la segunda ola, absolutamente demencial, que aun hoy estamos pagando a un alto precio. Si a esta situación unimos que el gobierno del país parecía más interesado en las elecciones catalanas que en la pandemia, y que las contradicciones y la ausencia de trasparencia y claridad contribuyeron notablemente a una creciente confusión general, entenderemos que hubo oportunidades en que nos acercamos peligrosamente al caos.
Tuvo notable importancia el apoyo de la Comunidad de Madrid, a la que la experiencia de una ingente cantidad de años ininterrumpidos al frente de la Comunidad Autónoma, sirvió de decisiva ayuda para lograr alcanzar los objetivos compartidos, y dio un gran impulso a la privatización con sus correspondientes recortes en sanidad, educación, servicios sociales, etc.
Finalmente pudimos llegar a la conclusión de que lo verdaderamente sucedido era que los servicios de atención primaria y los de los hospitales ya estaban saturados antes de la llegada de la Covid-19, y su aparición hizo que la situación empeorara de forma alarmante, lo que se concretó en engaños a los ciudadanos para intentar ocultar la verdadera situación en la que se intentaba desenvolver la Sanidad Pública.
Si ya los recortes habían despejado el camino para la progresiva desaparición de la Sanidad Pública, -cuyo puesto “heredaría” la privada-, los esfuerzos a los que fueron avocados una gran cantidad de sanitarios, en su intento de evitar una hecatombe aún mayor, les dejó exhaustos y acrecentó la crisis que empeoró de forma alarmante contribuyendo a numerosas muertes en las residencias de mayores y a fallecimientos en pisos privados, sin la más mínima atención y en absoluta soledad. En semejante situación difícilmente se podía insistir en las bondades de una sanidad de primera categoría.
La avanzadilla de esta operación fue encabezada, una vez más, por la Comunidad de Madrid, encabezada por Díaz Ayuso, su presidenta, defensora declarada de la sanidad privada y de la hostelería, y máxima representante de “salvar la Navidad”, – cuyas desastrosas consecuencias tardarán mucho tiempo en desaparecer- además de ser la indiscutible reina de la arquitectura hospitalaria cosmética, actividad que ocupa el resto de su tiempo libre.
Frente a esta tesitura algunos voluntariosos bienintencionados intentaron explicar la situación de “nuestra” Sanidad Pública, y acabaron por concluir que esta estaba en la UCI.
Otros -como nosotros-, menos optimistas, pero mucho más realistas y rigurosos, piensan que, en realidad, ya llegó agonizante.
En estas circunstancias ¿podemos permitirnos el lujo de dejarla morir?
Tu toma de posición será decisiva para el futuro de la SANIDAD PÚBLICA, y también de nuestro país. Y a la conclusión expuesta no solamente nos conduce el puro egoísmo de la supervivencia, que avala seguir viviendo y rechazar el suicidio colectivo, sino que, además, estamos obligados a ello y, es más, y se lo debemos a la memoria de 63.061 personas -número oficial de fallecidos a día de hoy- que ya no pueden hacer nada por sí mismas.
¿Estamos dispuestos a seguir los gritos de “Salvar la Semana Santa” o “Salvar el verano” que, en breve, ¿enarbolaran los de siempre? o ¿trataremos de poder vivir de una forma digna, sin que el transcurso de cada día se vea como un nuevo obstáculo, que no sabemos si tendremos energías suficientes para poder superarlo?
Tenemos la obligación de intentarlo todos juntos.
UNION DE PLATAFORMAS EN DEFENSA DE LOS SERVICIOS SOCIALES Y LA DIVERSIDAD FUNCIONAL.
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